La revolución cultural que está pendiente (¿o creen que podemos seguir así por mucho más tiempo?) debería de comenzar por los municipios. Sin embrago, las políticas municipales mucho tienen que cambiar para ello.
Según datos de 2007, un tercio de la población española vivimos en municipios de menos de 20.000 habitantes (el 95,6% del total de municipios). En estas circunstancias, bien podríamos empezar a poner en práctica la democracia participativa en estos municipios. Para ello no hace falta cambiar ningún modelo, ni ley electoral alguna. Sola hace falta voluntad y cultura política.
Sin embrago, carecemos de ella y carecemos de la madurez ciudadana para exigirla. En nuestro caso, hace casi tres años que venimos pidiendo a nuestra concejalía de cultura que nos tenga en cuenta (como empresa cultural y asociación cultural establecida en el municipio), sin resultado alguno. Y creemos que se debe a tres causas injustificadas:
1ª) Ven la participación como una amenaza, una intromisión. Como decía Roberto Gómez de la Iglesia en Arte, Empresa y Sociedad: más allá del patrocinio de la cultura (Ed. Grupo Xabide, 2004): "lo público es en realidad propiedad privada de la Administración".
2ª) La mayoría de los politicos y gestores municipales de cultura adolecen de una visión contemporánea de la cultura. La cultura se instrumentaliza populistamente en fiestas, folclore o la promoción de costosas infraestructuras innecesarias, que la mayoría de las veces están infrautilizadas o son redundantes (se repiten a escasos kilómentros, en el municipio de al lado, como en una competición absurda de orgullo local); en definitiva, son puro contenedor sin contenido.
3ª) Los organigramas administrativos son estancos y no cabe una visión integrada y transversal de lo cultural, que es la única manera viable de entender la cultura hoy en día.
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