Por una parte, las instituciones públicas tienen infraestructuras,
ahora desprogramadas o bajo mínimos. Durante años, buena parte de las partidas
públicas en cultura se han inmovilizado, generando un “parque” de
infraestructura sobredimensionado. Los pocos dineros que manejan hoy en día
están cautivos en el mero mantenimiento de esas dotaciones o en muchas de ellas
se está haciendo una política de gestión precaria, que no conduce a nada.
Por otra parte, las estructuras independientes tienen las claves para
la participación ciudadana, vocación social y pública, capacidad de
auto-construirse, creatividad, sentido crítico, capacidad de experimentación,
vocación investigadora, asunción del riesgo, re-invención, re-generación,
flexibilidad, impulso, afán de descubrimiento... valentía y la rebeldía
suficiente para hacerlo porque sí. Son además expertas en el manejo digno de la
precariedad, con mayor eficiencia que cualquier institución pública.
La puesta en marcha de un proyecto de cultura independiente en Gran
Canaria activaría automáticamente la creatividad social y la consolidación de
una comunidad creativa. La
comunidad creativa es un recurso potencial de primer orden. Posible y
necesario. Y lo que esencialmente necesita para ser es un espacio que acoja el
proyecto. Un lugar donde residir. Un cuerpo.
Este
espacio ha de ser público, para que sea equidistante de todos los usuarios. Un
espacio público cedido en uso y gestión sin cortapisas. No puede ser un espacio
intervenido ni por la tutela (decir cómo hacer), ni por el control de
resultados (decir qué hacer), ni por una reglamentación estrecha (decir qué no
hacer).
Ha de ser un espacio físico y vital.
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